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De verdad, no existe

Las estrellas de Fania Records“La salsa no existe” era la frase preferida de Tito Puente para rechazar un término que reducía la heterogeneidad de ritmos, personas e ideas que a mediados de los años 60 conformaron uno de los primeros movimientos capaces de agrupar artistas, músicos y público desde Nueva York hasta Lima para configurar la primera forma de identidad cultural que fue sentida como “nuestra” en distintos puntos lejanos del mapa latinoamericano.

La riqueza de ese movimiento permitió que pese a sus variantes locales, el ritmo fuera percibido como propio ya sea por un puertorriqueño, un venezolano o un costarricense, quienes identificaban en sus notas un algo que hablaba a todos y donde todos aportaron.

Guaguancó, pachanga, chachachá, boogaloo y son, entre otros, contribuyeron desde su rico patrimonio a conformar una enorme colcha de recursos musicales que configuraron el ritmo al cual el resto del mundo sólo pudo etiquetar como “latin”, otra vez un nombre insuficiente para describir una prolífica producción musical que se esparció desde el Caribe hasta el Pacífico e inclusive la Bahía de Nueva York.

Fue en esta última ciudad donde el movimiento de nuevos músicos latinoamericanos fue “atrapado”  por la industria cultural norteamericana, la cual le inyectó el impulso que le permitió llegar a todos los rincones de Latinoamérica pero también la codificación propia del mercado que llevó a su decadencia actual basada en la repetición de las fórmulas consolidadas y el arrinconamiento de nuevas propuestas.

Cuando murió la creatividad nació la salsa. Pero en ese trayecto nos encontramos ricas expresiones musicales que van desde la Sonora Matancera hasta la orquesta de Richie Ray y Bobby Cruz, con cientos de nombres en el medio, cada uno de los cuales hizo aportes invaluables ya fuera desde el ritmo o desde la letra para darle a Latinoamérica quizás la forma de identidad cultural propia más grande que hubiera podido conocer hasta ese momento.

El objetivo de la columna es desentramar ese tejido cultural y observar de qué está hecho, cómo influyó sobre la percepción de nuestro ser latinoamericano pero también en qué forma se inscribió en el mapa de la música mundial, abasteciéndose y alimentándola, convirtiéndose es uno de los mayores aportes de nuestro continente al patrimonio cultural universal.

El movimiento se hizo aún más rico en cuanto arrastró también expresiones pictóricas y literarias que se manifestaron a macchia d’olio y que aún la historiografía artística tarda en unir bajo un mismo paraguas.

Canciones, cantantes, orquestas, álbumes y conciertos, entre otros, serán invitados de cada columna con el fin de situar al oyente en esa época maravillosa de creación y experimentación de la que tan poco conocemos.

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